SEXO, DROGAS Y ELECTROPOP

13 de enero, 2021

En estos días, de calor y de paulatina apertura de pandemia, Elosía Cartonera se puso las pilas -ya desde hace un tiempo- y volvió a mover el avispero. Publicó un libro inédito de Fabián Casas y varias re ediciones que se creían perdidas. Entre ellos Éxtasis, de Martín Villagarcia; un libro imperdible para la cultura LGBTTIQA+- Aquí la reseña. Si le escribís a Elosía Cartonera o le enviás un WhatsApp te llevan el libro a tu casa.

Mientras leía Éxtasis, el primer libro de poemas del multifacético Martín Villagarcía: artista plástico, cineasta, poeta, y agitador cultural: coordina el ciclo Cine Club Divine en Casa Brandon, donde los domingos presenta películas difíciles de conseguir, como Female Trouble, Un viernes negro, o Bound de Andy y Lana Waschowski, entre otras, nos acerca su primer libro de poesía Éxtasis. Como escritor publicó La gira, en formato e.book, de descarga gratuita a través de la primera editorial porno de la Argentina, De Parado, a cargo del poeta y editor Mariano Blatt. Participó en la Antología Vivan los putos, 2013, Eloísa Cartonera, con el texto El Ruso, políticamente incorrecto, donde el protagonista y su amigo El Ruso salen a violar “a los negros de mierda de Perú o Bolivia”. Mezcla de erotismo, tensión y preguntas que van de lo moral a lo ético y de lo ético a lo moral, dejándonos sin respuesta. Después de ése debut, y sin dejar de subir las crónicas de los shows de Peter Pank, en el blog que firma como Débora Gamerro, Villagarcía, con una intensidad ascendente, y sin decaer ni por un momento en la tensión erótica y en la transgresión sin límites, no defrauda con Éxtasis.

La narración de yires, que hay en Éxtasis, que va acompañada de porros, después de merka y más tarde de éxtasis y poper, como una curva ascendente al máximo placer, ¿es la narración desesperada de noches por saciar la calentura, como si se tratara de un monstruo que nos consume, o es la arquitectura de un trabajo que devela la infinita soledad que deambula en los cuerpos. De eso habla, sin dudas, Villagarcía cuando corremos la cortina de los sexos danzando, copulando sin nombre, y aparece en un segundo plano pero no por eso menos latente e intenso, de la soledad que habitan los cuerpos mientras esperan ser saciados, como zombis.

El libro se compone de dos partes, la tirada es de 1200 ejemplares, donde cada libro tiene una tapa única, pintada a mano por el colectivo de Eloísa cartonera en su nueva colección Trash. En la primera parte, además de sexo y drogas no se encuentra ningún signo de amor, ni de encuentro efectivo con el otro, más que el encuentro casual de los cuerpos, donde el protagonista, siempre de levante, está en rol de activo -creía que en nuestra época ya no existía esa rotulación de activo/ pasivo; sin embargo en la postmoderna de Villagarcía aparece. Por momentos se huele la influencia, ochentosa en versión trash, de Breat Easton Ellis donde los hombres usaban anteojos negros hasta para coger, consumían drogas y no hacían otra cosa más que eso: usar anteojos negros, consumir drogas, y coger; ni siquiera tienen otra preocupación. El sexo exprés está en la cúspide y en primer plano.

Le preguntamos al autor sobre su proceso de escritura e influencias. Respondió en exclusiva para www.buenosairesinclusiva.comar: “Durante la escritura del libro hice un taller de performance con Effy Mía, y me obsesione con la idea de hacer arte a partir de una acción. Me propuse realizar una performance que consistió en tener una serie de experiencias con el fin de convertirlas en  poemas.
Para la segunda parte hice otro tipo de performance, mas al estilo Puig. Sin embargo, creo que mi mayor influencia a la hora de escribir este libro (más allá de Pablo Pérez y mis contemporáneos German Weissi y Gael Policano Rossi) fue Roland Barthes, especialmente por sus libros Incidentes y Noches de Paris el que me influenció”.

La parte dos se llama El señor es mi pastor y está escrito en otro tono. Villagarcía deja lo opresivo y asfixiante que resulta esa constante soledad que sobrevuela el texto anterior, donde no mediaban las palabras, por el humor kitsch y bizarro del protagonista puesto en el lugar de perro, donde las similitudes con Informe Grossman, de Perlongher, son variadas; pero en este caso y a diferencia de Perlongher deja afuera “lo político”, donde el escenario de Perlongher era la guerra de Malvinas.

Villagarcia deambula en un estado soporífico, describiendo reiteradamente al pie de página los efectos de MDMA, como si esos pies de página conformarán un manual descriptivo de lo que produce la droga, sin ninguna preocupación social, como si él y sus amantes ocasionales estuvieran afuera del mundo, o como si el deseo fuese robótico y animal.

La poesía de Villagarcía tiene la forma de una narración seca, lúgubre, oscura, y es sobre este pilar que se edifica una masa compacta de ritmo y aspereza que le da unidad al libro distinguiéndolo por su voz, única; que va más allá del sentido o del tema que trata, que va del levante hasta el fist fucking. Es ese constante decir, de una manera personal y sin vueltas, pero con muchos escalones, lo que nos hace oír la voz deseosa, seca y desesperada de Villagarcía.

El texto va creciendo con la obsesión de ser maltratado, meado y golpeado como un perro; y es ahí donde puede leerse cierta búsqueda del amor. «Voy a empezar a arrastrar el plato – el mío dice Puto – para llamar su atención. Le pediré que mee en un vaso y lo verteré en el plato, en cuatro patas como de costumbre, y comeré todo hasta lamer el plato, intentando no vomitar». Villagarcía, que fue alumno de Pablo Pérez para corregir sus textos, otros, no éste, parece un aprendiz de esclavo: «Estar con la cara contra el piso y sentir su pie encima. Tener ganas de llegar más abajo aún», pero un mal esclavo que no responde a los códigos reglados de escritura y sometimiento al que sí suscribe al aparato BDSM; por el contrario se vuelve gracioso: «Me tiró un bollo de chocolate, dulce de leche, alfajor y saliva tibia. Y me dijo cómetelo. A punto de explotar de calentura empecé a comerlo». A veces los malos no son tan malos como parecen…

La edición cartonera viene acompañado de una ilustración hecha por Cucurto especialmente para esta edición, acompañada de una leyenda que dice La pija en el alma, y muestra los rulos del pelo del felateador, que forman una y mil pijas.

Éxtasis

Martín Villagarcía

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