LOS DORADOS

Escena final del documental

12 de marzo, 2020

PIZZA CON CHAMPAGNE

“Generación dorada” es la ópera prima de César Rodríguez Bierwerth, financiada con su bolsillo, da el puntapié inicial para recordar y reconstruir los años dorados de los 90s (a veces más blancos que dorados) donde la diversidad se configuraba espontáneamente en los lugares no hegemónicos de la época, donde el brit pop, el house y la música disco de los 70 convivían con el rap, la cumbia y la música alternativa. Frente al rock chabón, de la época menemista, donde lxs freakys, lejos del gueto, empezaban a tener su lugar y donde lo bizarro y lo residual cobraban brillo; hasta que la tragedia de Cromañón clausuró casi todos los lugares inaugurando la era del hielo.

Desfiles de chicas enfundadas en trajes de vinilo, onda Gatúbela, pero con las tetas afuera. Chicos/chicas (o tran-formistas/drag queen, como se lxs llamaba en aquella época) caminando sobre un hilo imaginario, con enormes tocados de tergopor (esos raros peinados nuevos), pectorales peludos, tapapenes minúsculos y largas piernas sostenidas sobre plataformas planetarias era parte del show que ofrecía las disco alternativas de los 90s que “Generación dorada” esboza en esta película-piloto, aspirando a ser el puntapié de un ciclo televisivo; si es que algún productor se anima a financiarla. Cristian Peyón, ex dueño de El Dorado, Peter Pank, DJ Trincado, Santa Gabriela, Mosquito Sancineto, Leo García, son algunxs de lxs entrevistadxs que cuentan su mirada sobre aquellos años.

Cesar Rodríguez, el director del documental junto a Mosquito Sancineto.

LUZ, CÁMARA Y ACCIÓN

Se pasó delineador por los ojos y se empolvó la cara. Después, se metió algo en la nariz y corrió hasta la puerta. Una de las pestañas postizas se le caía mientras bajaba las escaleras a pasos agigantados. El saco y la corbata, con el que iría a trabajar al día siguiente, quedó colgado en el placar. Mientras esperaba el taxi se acomodaba la ropa que se había comprado en la semana, desbordando de alegría y expectativas porque todo podía pasar ese jueves. Iría a bailar a un lugar conocido pero lleno de sorpresas y situaciones inesperadas.

“El arte no estaba en las galerías, sino en los lugares de encuentro” dijo alguna vez Sergio De Loof. La década de los 90s, fue la última época donde las discos, antes de la irrupción de las tecnologías, funcionaban como lugares de encuentro. “En aquella época era un encuentro real, codo a codo con las trans, lxs drogonxs, lxs punks, todxs”, se apresuró a decir el director antes de que comenzara a grabar la entrevista.

La película puede ser vista como un documental, porque evidencia una época, pero también como el piloto de un programa de televisión. La principal influencia de César Rodríguez Bierwerth fue el programa “El otro lado”, de Fabián Polosecki. Cuando veía esos programas decía: “Yo esto lo puedo hacer”, y lo hizo, pero en el siglo XXI, con el caminante nocturno que plantea el tema con la voz en off como hilo conductor hasta llegar al desenlace, donde terminan todos bailando.

A Santa Gabriela se la ve produciéndose en una peluquería. Su cuerpo esbelto, como el que tenía hace 20 años, sigue tan sexy como antes. No pasan desapercibidas sus uñas postizas de 5 centímetros. Mirando a cámara cuenta que antes de hacer las perfo en las discos alternativas, ella bailaba en El Condón Clu, en el Club Eros y en Las Fiestas Mayas, lugares rocker donde todo el mundo se la quería coger y en los camarines le pedían una uña prestada para tomar merca.

¿Qué tienen los 90s de distinto para ser retratados en una película?

Se caracterizó por tener una mezcla de tribus, dadas por orientaciones sexuales, músicas, o lo que fuese; que no se dio ni antes ni después. En los 80s tenías Halley donde iban los heavies, Búnker, Experiment, Oxen como boliches gay, pero los 90 tuvieron ese cocoliche fantástico, de mezcla de tribus que se dio en el circuito under. Estaba bueno ver personas con todo tipo de orientaciones: punks, trans con un jugador de fútbol, todxs nos juntábamos en esos lugares. Esa mezcla de tribus fue única. Hubo mucho respeto e integración. Se dio porque era una noche creada por artistas y no por empresarios, por eso los ex dueños de esos boliches no se volvieron ricos.

Hay muchas palabras y ningún video de archivo. ¿Fue una decisión?

Yo admiro mucho a directores de cine que en sus películas tienen una charla en un café, Tarantino es uno. ¿Cómo reflejo algo de lo que no hay archivos? Por eso fui a buscar a los sobrevivientes, para tomar un café y charlar; esa es la película. Primero tenes que vivir y después acordarte, dijo Charly y tiene razón.

El sida en los 90s…

No estaban los tratamientos de hoy y era una sentencia de muerte. Todos los que salíamos en esa época periódicamente teníamos que hacernos los test porque sabías que si estabas en combate una bala te podía tocar. Era tan intensa la noche que hasta veías a la muerte de cerca.

Mucha cocaína dejó limada a mucha gente…

Mis excesos tenían más que ver con el sexo que con las drogas. Me consideraba un cazador nocturno. Pero veía eso. A mí se me han caído pibes al lado, duros, que tuve que sacarlos a la vereda con ayuda de otra gente; eso era normal.

Gente tomando en la pista…

Era como decir: “no me voy a esconder para hacerlo”.

A la distancia ¿criticarías algo a esta época “dorada”?

Ehh. Es como cuando estás enamorado ves todo color dorado. Era difícil el contexto de país. Las revistas Cara, Gente mostraban Pachá, El cielo, New York City, pero no mostraban El Dorado, El Moroco. Eso lo sentimos los que lo vivimos.

¿Un recuerdo de aquellos años?

Yo vivía la noche como un estilo de vida. Me gustaba la noche. En los 90s descubrí las discotecas swinger, Star de Av. La Plata. Entrar a un boliche donde no conoces a nadie y a los pocos minutos estas en el medio de una orgía con un montón de gente, es algo fantástico. Esa libertad la descubrí en los 90. Cogés y después hablás. ¿Cómo te llamas?, pero ya lo hiciste; esa cosa para mí es buenísima.

EL DORADO

Después de la Bienal de Arte Joven del 89 en el Bar Bolivia (México al 355) Sergio De Loof, dueño del lugar, montaba desfiles bizarros entre las mesas con velas y paredes con ladrillos a la vista. Como a De Loof no le gustaba la onda del Parakultural y lo llamaba lumpen, en Bolivia ofrecía un plato de comida, que podía ser pastel de papá que hacía su mamá o un guiso de lentejas con vino de damajuana. Por allí pasó casi todo el mundo, el lugar era una rareza para la época, desde Alejandro Kuropatwa, Batato Barea, La Noy, Alejandro Urdapilleta hasta Fito Páez. Fue en Bolivia que a De Loof se le ocurrió la idea de hacer algo parecido, pero en un lugar más grande para que la gente pudiera bailar. Así surgió El Salón Dorado, como se lo conoció en sus inicios, con sillones estilo Luis XV y pesados cortinados de pana roja, compradas en el Ejército de Salvación y en Don Orione, con paredes revestidas con recortes de revistas de moda de los años 50; y los desfiles bizarros continuaron. Fue la primera disco que tuvo Drag Queensque le daban al lugar un glamour propio. La James y Cristian Dior, con maquillaje de juguete y pelucas de Once, brillaban al lado de abogados, punkys y freakys. Otras drags hacían lip sing de Pimpinela en el minúsculo escenario mientras Batato Barea atendía las mesas, yendo y viniendo en patines con la bandeja en la mano y una mini plateada como si fuera una Supersónica. También podía tocar Loch Ness, Amor indio o Lía Crucet. La etapa de esplendor fue en sus comienzos, cuando el lugar se llenaba por “el boca en boca”, hasta que la inauguración del Moroco, en la otra cuadra de Hipólito Yrigoyen y Bernardo de Yrigoyen, hizo que el lugar ya no fuese como el de antes. El lado B de todo ese glamur, que lxs habitués no conocían, fue que lxs empleadxs vivían, comían, baldeaban el piso y también dormían en la disco. Y aunque hoy parezca raro, fue uno de los primeras discos donde no había seguridad en la puerta dictaminando quién entraba y quién no, seleccionando a los clientes por su forma de vestir, su onda o color de piel. En San Francisco Tramway o La France personas negras o con gorritas, onda ska, no podían entrar “porque no era la onda del lugar”. El gorila de seguridad te decía: “Vos sí, pero tu amigo no”.

EL MOROCO

Mantenía en parte la estética trash del Dorado, pero con muchísima más inversión a cargo de Diana Ruibal e Ignacio Cubillas, y con el asesoramiento artístico de Sergio De Loof. Las mayólicas del piso fueron compradas con euros que trajeron de España, de donde también llegó Alaska para hacerse cargo de la glamurosa disco; pero lo bizarro fue que pusieron cerámicas, piezas únicas y de alto valor, pero todas distintas, una al lado de la otra. El cocoliche y lo ecléctico había llegado al sum. En el piso de arriba el DJ pasaba música latina y a veces, cumbia, mientras que en el de abajo rebotaba en las paredes el tecno más oscuro. Alaska, al principio, no estaba segura de lograr algo mejor que El Dorado, pero en cuanto lo abrieron se transformó en un éxito que superó al Dorado, por lo menos en lo comercial; siempre rebalsaba de gente, afuera, mientras que adentro bailaban todxs sudadxs hasta el amanecer. Después, el lugar se llenó de esnob que hacían cualquier cosa por estar en los VIPs, en El Dorado no había, lo más VIP que tenía la cocina y el baño, pero siguió siendo un espacio de mixtura.

AVE PORCO

Con otra impronta, ambientada con una decoración más kitsch y un cerdo con alas colgando del techo, también ecléctico desde la programación y lxs clientes, bajo otra idea-concepto de Sergio De Loof. Quedaba en la calle Corrientes y el público era un poco más lumpen y menos porteño que el de las otras discos, pero nunca faltaron las lentejuelas y las plumas entre lxs curiosxs. Humberto Tortonese y Alejandro Urdapilleta presentaron su espectáculo “Carne de chancha” durante un largo ciclo. Seguían los desfiles bizarros y los tragos fluorescentes. El circuito del que se habla en el documental se cierra con Club Caniche.

CORTEN

Sergio De Loof artista plástico y diseñador fue el que le puso el sello inigualable a El Dorado (y antes al Bar Bolivia), siendo también el ideólogo del concepto de El Moroco, Ave Porco y Caniche; todas las discos que aparecen en el documental de César Rodríguez Bierwerth. Sin embargo, De Loof no aparece en la película.

¿Por qué no aparece De Loof?

Pidió plata para merca, whisky y cigarrillos. Fuimos a la casa donde vive con el padre, en Berazategui. Vive arrumbado en un cuartito lleno de cucarachas, todo sucio, donde vi la cucaracha más grande de mi vida; y tenés que estar matándolas porque te atacan. En los 90s yo lo tenía como un ícono. Me habían dicho que no me acercara a él porque era tóxico pero me abrió las puertas de su casa y me dio una entrevista de 40 minutos. Se había puesto una corona de princesa y unos volados, pero el padre irrumpía diciendo: “qué haces así disfrazado”; así se llevó acabo la entrevista. Se tomó todo el whisky solo y criticó a todo el mundo. Cuando terminó me abrazó y me dijo: “Gracias por darme vida después de la muerte”. Cuando edité la peli y subí el tráiler, que explotó en las redes, él ve el tráiler y me dice: “Yo no soy una más, no quiero compartir cartel con gente que no está a mi nivel”. Me comuniqué por privado y le expliqué que la película se llama “Generación dorada” y no Sergio De Loof. “Bueno, si eso va a ser así te pido que me saques”, me dijo y así fue.

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