
Los crímenes del odio: la matanza de travestis-trans

El genocidio travesti-trans
Hubo 30 travesticidios y muertes en lo que va de 2019. Más de 7 por mes. Genocidio a tope para cuerpos sin gravitación alguna ante los poderes. Y ante muchos medios de comunicación que vuelven a matarlos con su voluntaria ausencia de cobertura
En las provincias del norte del país, cuando una travesti termina de practicarle sexo oral a uno o a varios, recibe a cambio patadas en su boca; golpes que coronan un ejercicio deseado pero abyecto. Sus dientes, claro, quedan destrozados. Y para ella, la sala de espera de un servicio de odontología puede tener la duración de una cadena perpetua.
En Salta, Jujuy y Tucumán, a esto también se lo llama «tradición». En palabras de Camila Sosa Villada, poeta y cantante trans, autora de la reciente y ya agotada novela Las malas, «Eso somos como país también, el daño sin tregua al cuerpo de las travestis».
Así, el mapa político de la Argentina exhibe cuerpos en su centro y cuerpos triturados en sus periferias; una jerarquización susceptible de determinar qué importa a la hora de la muerte (y simultáneamente, qué no importó jamás durante esas vidas).
Los medios de comunicación, tan atentos como mareados ante la irrupción de consignas irrefrenables en materia de género, calcan esos límites, trazan lo ya trazado y hasta ahí llegan. Algunos femicidios ingresan a las coberturas; otros, muchos, no. Diversas variables sostienen a algunos y expulsan al resto: clase social, escena del crimen, cantidad de hijos, «detallística» de la operatoria criminal y fotos. Hay imágenes magnéticas, mártires exhibibles en otros tramos de sus existencias, cuando sonreían maquilladas, por ejemplo, y hay por otro lado fotos rotas, megapixeladas. Brumosas como el peregrinaje de esas víctimas hasta su propio fin.
Más allá de estas estratitificaciones, el consenso sobre la cuenta ascendente es total: una mujer muere o es asesinada cada 30 horas. Una mujer. Mujer cis, no trans. Horas. Cifras. Línea 144 todo el día. Los graphs de la tv lo dicen y casi toda nota que aspire a tal lo reproduce.
El 2018 tuvo el fallo ejemplar del asesinato de Amancay Diana Sacayán, primera sentencia que alberga la noción de travesticidio
¿Por qué son tan utilitarios los números alrededor de las violencias contra las mujeres cis (no trans) y no los del suicidio, epidemia en curso que parece no permitirle a la dinámica periodística una consecución? ¿Qué cuentan los femicidios y qué sentencian los suicidios? «Cada día hay más» versus «No doy más», cifra de una formulación a investigar.
La costumbre del lenguaje cotidiano de redacciones y afines llama a esto «tema instalado» en oposición a aquello que «no es tema». Precisamente, ni el suicidio ni el genocidio travesti – trans son temas.
Las travestis y trans nacen y crecen (mal, muy mal) desinstaladas de sus casas, de sus entornos afectivos, del sistema escolar, del acceso a la salud, del secundario completo, de los estudios universitarios, del trabajo y (para acotar la lista) de los medios, que las corrieron de la criminalización constante a las que solían exponerlas en las páginas de policiales hasta lograr extinguirlas. O narcomenudeo o prostituta. O travesti cuchillera, ladrona y revanchista, o estrella de la tv que accedió al mediodía del canal «familiar» por mérito propio. Si no, nada.
La activista Marlene Wayar, autora de Travesti, una teoría lo suficientemente buena(2018), sintetiza a menudo esta operación voluntaria con la moción de anulación del currículum vitae: abolir el pedido y la lectura de currículums, documentos cuyo espectáculo postula un itinerario vital siempre ficticio, pero mucho más iluso para recorridos vertebrados por la exclusión.
¿Qué narra, qué puede narrar el cv de una travesti? Si otras variaciones fuesen permitidas, contarían por qué la mera presencia de un oficial de policía despierta alteración y rechazo; por qué, cuando el funcionariado les ofrece empleo, les propone ser recicladoras urbanas (esto es, devolverlas a su campo de concentración histórico, la calle). Pero en el currículum sólo entran datos duros: como con las estadísticas de sus muertes, para ellas no hay formalidad posible.
¿Genocidio? Activistas cuentan las muertes y los travesticidios como pueden. Ese «como pueden» es un correlato más de la informalidad como política activa de exterminio.
Pasó hace días con un tweet de la escritora Florencia Guimaraes: 30 muertas en lo que va del año.
El 2018 tuvo el fallo ejemplar del asesinato de Amancay Diana Sacayán, primera sentencia que alberga la noción de travesticidio. Hace días, cinco mujeres trans de la ciudad de Buenos Aires fueron absueltas en una causa por narcotráfico en la que el Tribunal entendió que la violencia estructural de travestis y trans las convierte en objeto de ultrajes sistemáticos.
Errático, el Poder Judicial puede despertarse. Sin embargo, es en el incumplimiento de los artículos vinculados a los tratamientos médicos de la Ley de Identidad de Género (2012) y en la no implementación de la Ley de Cupo Laboral Trans de la Provincia de Buenos Aires (sancionada en 2015 y jamás activada) donde no sólo el Estado deja de ser Estado de derecho sino que invita con alevosía a señalarlo como asesino.
Según el sociólogo argentino Daniel Feierstein, asesor de Naciones Unidas por temas de genocidio, derechos humanos y discriminación y autor, entre otros trabajos, de El genocidio como práctica social (2007) e Introducción a los estudios sobre genocidio (2016), «un genocidio puede buscar la eliminación de un grupo para la formación de un nuevo Estado nación, para la apropiación de recursos naturales o para la transformación de la identidad de un pueblo. Todos pueden ser, en sus características estructurales, genocidios». Versión amplia pero eficaz.
Y añade: «Los procesos de destrucción masiva no son irracionales ni responden a odios ancestrales o patológicos. Quizás se aprovechan de esos odios, pero no está allí su verdadero móvil. La destrucción tiene un objetivo claro y preciso: transformar y reorganizar las relaciones sociales«.
Marcha: las referentes de las organizaciones denunciaron el aumento de asesinatos de las personas trans y travestis y exigieron políticas públicas al Estado para poner fin a la violencia (Daniela Lichinizer)
Una travesti decapitada tras una violación masiva no es producto del «odio», o no solamente del odio por identidad de género. No es fobia nomás: es intento de «limpieza» social.
Al genocidio no se le exigen cifras precisas. Por el contrario, se trata de erradicar «el cálculo a la baja» frente al que las instituciones ceden. No hay Indec que mida o no, para estigmatizar o no: las marcas ya están en la base del proceso de destrucción.
Empalados, desmembrados, los cuerpos de las decenas de mujeres trans muertas y asesinadas en lo que va del año (alrededor de 7 por mes, según agentes varios de organizaciones LGBTTIQ+) vuelven a morir toda vez que las notas periodísticas no llegan.
A su vez, en este contexto, muchas chicas trans vuelven a sus provincias, castigadas por la crisis. Volver a las provincias es donarse a las patadas en la boca tras una fellatio. El insilio del insilio, con promedio de muerte a los 35, 40 años.
Lohana Berkins, la «traviarca» fallecida en 2016, solía decir que tenía un cementerio en su cabeza. Aún con acceso al DNI y acceso al nombre propio, la necropolítica no cesa. Este estadio del capitalismo, asegura la filósofa transfeminista mexicana Sayak Valencia en su clásico Capitalismo gore (2010), transforma la muerte en un valor de cambio; la mercancía más preciada es la muerte de un cuerpo que no importa.
Este año, la discusión más encendida (e inaceptable) de cierto feminismo argentino tuvo que ver, antes del #8M, con la inclusión o no de las mujeres trans y de las travestis.
Por supuesto, sí. No hay feminismos sin ellas.
No obstante, la sola intención de sectorizar de esa forma ejemplificaba, y mucho, por qué hay dentaduras de primera y dentaduras de segunda en la Argentina. Divide y te asegurarás que la masacre de algunas nunca duela.
Marlene Wayar: «Los travesticidios son crímenes de lesa humanidad que deben ser resarcidos»
La activista trans se refirió al asesinato de travestis y afirmó que su promedio de vida en la Argentina es de 32 años.
Es una activista histórica que denuncia los conflictos que tiene el colectivo de la diversidad sexual, en especial la situación de las travestis en el país. Durante varios años a cargo del pionero El Teje, el primer periódico travesti de Latinoamérica, Marlene Wayar tiene una larga trayectoria de lucha por la visibilidad de las personas y sus derechos.
En diálogo con Infobae, la autora del reciente libro Travesti. Una teoría lo suficientemente buena habló de discriminación, del cupo laboral trans y de travesticidios en medio de la Semana del Orgullo de Buenos Aires.
-¿En qué consiste la Semana del
Orgullo?
-Son todas las actividades que se programan para regalarle a la ciudad a partir
del Día del orgullo, que es el día de la marcha del orgullo LGBTTI. Es
protesta, es política, es reclamo, es memoria pero también es un regalo, un
obsequio a la ciudad.
-¿Quiénes participan? Porque a veces da
la sensación de que puede llegar a ser algo endogámico.
-Creo que tiene que ver con problemas de comunicación de todes. Yo soy
muy autocrítica y prefiero serlo antes que salir a criticar lo que hacen otras
y otros. Para mí tenemos el problema de estar mirando el
ombligo y hablar demasiado de las sutilezas, las lesbianas, las trans y no sé
qué. Y, por ahí, la gente no entiende qué es trans o qué es el mundo lésbico. O
qué es la identidad lésbica, lo marica, lo trava, lo gay.
-¿Hay
diferencias internas dentro de la diversidad sexual?
-Muchas, y no en las formas relacionales sexoafectivas sino en una mayor
conceptualización del mundo. Como el feminismo, que es ponerse unos lentes
feministas y empezar a verlo todo, eso plantea la teoría travesti
latinoamericana: descolonizar las identidades, lo marica, lo
torta, que no quieren ser eso higiénico que plantea por lo general el mundo gay.
Estoy en una Argentina geográfica y sociopolíticamente diversa, no puedo ser
siempre la imagen sonriente del gay con una tarjeta de crédito entrando a
cualquier sitio cuando sigue habiendo persecución policial, xenofobia,
travestifobia y lesbofobia.
-¿Unificarse en un discurso es muy
difícil y por eso las internas dentro del mismo colectivo?
-Es muy difícil. Además, los medios de comunicación te dan dos minutos.
Tenemos que barajar con calma. La experiencia travesti está pidiendo
un momento de paz para poder juntarnos, pensar, dialogar y salir con la
posibilidad de un discurso unívoco. A veces se
nos pone en el brete de tener que decir si te identificás como trabajadora
sexual o como persona en situación de prostitución, si estás con abolicionismo
o el reglamentarismo. Y las compañeras están desesperadas en la calle,
perseguidas por la policía, acosadas por los clientes o por la gente que va a
atacarlas.
-Cuénteme de su reciente libro Travesti. Una teoría lo
suficientemente buena.
-Estamos muy contentas. Lo editamos de manera desesperada porque siempre parece
que la comunidad travesti todavía está alojada en la oralidad. Había
que dejar plasmado algo para que otros y otras puedan leer e ir construyendo un
diálogo colectivo. La idea fue centrarnos en nuestro contexto,
nuestra realidad y que empiece a ser una polifonía de voces. Tiramos la primera
piedra pero queremos sumar.
-¿En qué punto real está la sociedad en
cuanto a la integración sexual?
– Es complejo, es lábil, no se profundizó. Yo vivo en Caballito y mi mamá vive
en Córdoba, en un barrio de clase media obrera cordobesa, y de allá hasta acá,
¿qué me puede suceder? Tengo 50 años, ya sobreviví lo peor de todo esto. Sé que
tengo ciertos privilegios y quizá con mucho cuidado no me puede suceder nada.
Ahora, ¿qué les pasa a las maricas acá, en el Conurbano, en Once, en
Constitución, que en ciertos horarios se vuelve sumamente peligroso? ¿Qué pasa
en Chaco? Nosotras, las travestis, por estadística, entre los
ocho y los trece años somos expulsadas de nuestro hogar.
-¿Por rechazo familiar?
-Sí. Y esto no se ha modificado desde la última encuesta del Indec en
2013. Entonces, van a parar a las zonas de ruta donde pasan los
camioneros, donde ni siquiera saben de su sexualidad, menos van a saber del uso
del preservativo. Esos cuerpos, ese mundo adulto que las atropella en la
infancia.
-Algo
que las termina condenando a muerte.
-Es muy complejo, muy difuso, muy amplio el país, hay muchas diferencias
socioeconómicas y de herramientas. Nuestra pobreza estructural es mucho más en
sentido simbólico que material. Quizá una piba hoy en Palermo
me cachetea con una cartera europea que vale más de lo que vale todo mi sueldo.
-¿Entre los ocho y los trece años es la
edad en que empieza alguien a autodefinirse?
– Esa edad está bajando porque nos animamos a hablar. Lulú (N. de la
R.: en referencia a la niña trans argentina que recibió su DNI acorde con su
identidad de género autopercibida, el primer caso en el mundo en que el Estado
reconoce este derecho a una menor de edad sin judicializar el trámite),
por ejemplo, empezó incluso antes de poder decir palabras,
con disgusto, con enojo, tirándose de los pelos, hasta que pudo
decir «Yo nena, yo princesa». Una compañera de trabajo me estaba
acercando a otra mamá preocupada por su nene trans, y los puse en contacto con
el grupo de infancias libres. En general, la última estadística marca que esto
ocurre entre los ocho y los trece años, cuando son expulsadas del hogar y de
todos los institutos sobre todo la escuela, cuando tienen que ir a negociar con
un mundo adulto que es realmente cruel.
-¿En la ciudad de Buenos Aires se cumple
el artículo 11 de la Constitución porteña que habla sobre «el derecho a
ser diferente»?
-Uno puede cometer un delito por acción o por omisión. En
Buenos Aires se acciona muy poco en contra del orden legislado. No se puede
decir lo mismo respecto de la omisión. Al no implementar
políticas públicas estás dejando en desventaja a grandes sectores de la
población, en este caso el LGBTTI, uno de los más afectados aunque no el único.
Hasta que este país y esta ciudad no reglamenten una ley antidiscriminatoria,
se puede hacer un besazo a la salida de una pizzería o de un bar que te
maltrató, pero lo punitivo no está y no hay exigencias.
Wayar acaba de editar el libro “Travesti. Una teoría lo suficientemente buena” (Foto: Santiago Saferstein)
-¿Cree que en algunos casos el punitivismo
funcionaría?
-Mi lineamiento, al menos desde la comunidad travesti, es que lo que se
viene cometiendo históricamente es un crimen de lesa humanidad. Tenemos
un promedio de 32 años de vida. Esto indica que ha sido muy exitoso este
país, esta sociedad, este estado, en eliminarnos. No hemos dejado de existir
porque seguimos naciendo. La Corte penal, a través del código de Roma,
caracteriza a los travesticidios como crimen de lesa humanidad y deben ser
resarcidos para con los individuos, para con la sociedad y el futuro.
-¿Qué expectativa hay por la campaña
nacional por la implementación de la ley de cupo laboral travesti o trans?
– Es uno de los puntos más esperanzados porque a nivel federal se viene
impulsando en muchos municipios y provincias. Es contradictorio también, que el
único lugar en el que estaba legislado era la provincia de Buenos Aires, y el
único donde el proyecto está cajoneado. El resto de los lugares viene
intentando avanzar. Incluso en Mendoza, que es bastante conservadora y tiene
discursos espantosos con los que están queriendo imponer nuevamente otro código
contravencional absolutamente invasivo de las libertades personalísimas.
“Lo que se viene cometiendo históricamente es un crimen de lesa humanidad, tenemos un promedio de 32 años de vida”, afirma Wayar sobre el colectivo travesti (Foto: Santiago Saferstein)
-¿Esto tendría que ser a nivel nacional,
¿verdad?
-Sí, claramente.
-Se solucionaría bastante lo que venimos
hablando ¿no?
-Sería empezar a hacerse cargo de la Ley de Identidad de Género tan progresista
que hemos logrado conseguir, que se haga carne en la realidad con políticas
públicas activas que impacten en las personas.