Quién dijo que se acabó la discriminación?

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Atrás quedaron los tiempos en que se afirmaba que los argentinos “venimos de los barcos”. Si bien a comienzos del siglo pasado la población europea dominaba la inmigración en nuestro territorio, las posteriores políticas integradoras lograron que el flujo de personas proveniente de países limítrofes tomara protagonismo. Según datos de la Dirección Nacional de Inmigraciones, durante el periodo 2011-2015 el 95% de los inmigrantes radicados en Argentina son latinoamericanos (los europeos representan sólo el 1,6%), de los cuales el 24,7% es de origen boliviano.

La Ley de Migraciones, sancionada en 2003, fortaleció esta apertura, pero el carácter xenófobo de la diferenciación entre europeos y no europeos sentó las bases de un discurso discriminatorio que aún persiste. Según cifras del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) recogidas en 2016, 71 de cada 100 argentinos reconocen que se discrimina a los migrantes de países limítrofes.

En función de esta problemática y tomando como eje a la población boliviana asentada aquí, un grupo de psicólogos de la Universidad de Flores comenzó a detectar algunos cambios en el prejuicio y discriminación hacia los colectivos migratorios, que viran desde formas abiertas y manifiestas hacia otras menos evidentes y sutiles.

“Nos interesó lo que sucedió a partir de 2001 con la crisis económica, donde los discursos xenófobos hacia la gente que proviene de países limítrofes se revitalizaron por una supuesta quita del trabajo. Y se empezó a generar una representación del inmigrante, particularmente del boliviano, asociada a la delincuencia y a la ilegalidad”, explica Joaquín Ungaretti, director de la investigación.

Como psicólogos, los especialistas hicieron foco en el prejuicio porque tiene que ver con aquellas creencias asociadas al grupo social, que en la mayoría de los casos terminan en discriminación, que es el acto concretamente. Tradicionalmente, la característica psicológica del prejuicio es un sentimiento negativo hacia los grupos sociales. “Puede haber prejuicio sin discriminación, pero no puede ser a la inversa: si hay discriminación es porque antes hubo prejuicio”, aclara Ungaretti.

Según los investigadores, diversos instrumentos de evaluación previos parecían demostrar una disminución de los niveles de prejuicio, pero la realidad indicaba que no había disminuido sino que había cambiado sus formas de expresión, de modalidades más directas a más sutiles. En ese marco surgen las nociones de prejuicio sutil y prejuicio manifiesto. El prejuicio manifiesto refiere a las formas hostiles y directas de expresión, mientras que el sutil responde a modalidades más adaptadas socialmente. Estas últimas tratan de sortear la barrera de la deseabilidad social, y se reconoce que el otro espera una respuesta políticamente correcta ante una pregunta sobre un grupo social determinado.

“Para reconocer el prejuicio sutil –asegura Ungaretti– se establecen una serie de preguntas que apuntan a identificar lo que se denomina defensa de los valores tradicionales, para ver en qué medida los miembros de ese grupo social están poniendo en jaque esas creencias. La otra forma en que aparece es mediante la exageración de las diferencias culturales, es decir, quizás el prejuicioso sutil no afirma que son inferiores genéticamente pero sí que son culturalmente diferentes. Se generan estereotipos burdos de ese grupo social. Y el último componente es la negación de emociones positivas: cuando se indaga en grupos poco valorizados, la persona manifiesta emociones negativas o bien ningún tipo de emociones”.

El prejuicio y sus variables psicológicas

El grupo de investigadores también echó luz sobre las variables psicológicas que promueven el prejuicio y la discriminación. Es allí donde surgen el autoritarismo de derechas y la dominancia social. Respecto al primer concepto, el director del proyecto destaca tres componentes: el convencionalismo, es decir, la adhesión a las normas y valores tradicionales del propio grupo; la sumisión a un líder, donde se está de acuerdo a que alguien lidere y obedecerlo; y la agresión autoritaria, es decir, frente a aquellos que no acaten lo que dicte el líder o no adhieran a las tradiciones, el autoritario tiende a ser agresivo no necesariamente en forma física sino también actitudinal.

La dominancia social, en cambio, investiga que las personas prefieren relaciones jerárquicas por sobre las igualitarias. Aquel que tiene altos niveles de dominancia social es una persona que está de acuerdo con que la sociedad sea gobernada por algunos grupos y que otros sean subordinados. Entonces, frente a sectores que se perciben como una competencia, se activan altos niveles de dominancia.

“La idea –señala Ungaretti– era pensar cómo estas dos variables pueden explicar el prejuicio. Lo que nos dice la teoría es que tanto el autoritarismo como la dominancia predicen el prejuicio hacia múltiples grupos sociales. Empezamos a observar que las personas autoritarias son más propensas a tener prejuicio sutil que manifiesto: es coherente que el autoritario, en vez de expresar su negatividad de un modo directo, lo haga de un modo encubierto y apunte a diferencias culturales, a que el inmigrante quiere venir a modificar nuestros valores y costumbres. Mientras que las personas con altos niveles de dominancia social presentan más prejuicio manifiesto: ya sea que se considere al inmigrante como un grupo inferior o como un grupo que compite por los recursos nacionales, coinciden en que tiene que haber otro grupo que los controle”.

Los especialistas no dudan en afirmar que un factor clave de hostilidad hacia otro grupo –y en particular hacia la comunidad boliviana– pasa por los números. “Cuando la economía apremia, hay menos tolerancia y se empieza a cuestionar a aquellos grupos sociales que vienen porque el acceso a la salud o a la educación en nuestro país es gratuita, o porque hay ciertas representaciones acerca de que los inmigrantes bolivianos no pagan impuestos en los comercios que tienen, se los asocia con la delincuencia o el narcotráfico. Son generalizaciones erróneas, que no representan a la totalidad de los inmigrantes. Y otra de las variables es que la tasa de inmigración boliviana es muy alta respecto a la de otros países. En un principio, se asentaban en las zonas rurales y gradualmente se fueron incorporando a la ciudad. El inmigrante se hace más visible, lo que lleva a la gente a pensar cuáles son las diferencias de ellos respecto a los otros”.

¿Prejuicioso yo?

Para detectar estas variantes en el prejuicio, los investigadores trabajaron con una muestra de alrededor de 400 personas de la Ciudad de Buenos Aires, de diferentes sexos y edades, pero donde predominaban los sectores de clase media. Allí figuran una serie de ítems para evaluar el autoritarismo y la dominancia, y otros para evaluar el prejuicio sutil y manifiesto hacia inmigrantes de origen boliviano.

“Algo que nos llamó la atención, cuando comenzamos a elaborar un perfil de la tipología de la muestra, es que hay un cincuenta por ciento, que para nosotros se definen como sujetos igualitarios, que tienen bajos niveles en ambos tipos de prejuicio, lo cual es positivo”, recuerda Ungaretti. Y agrega que “es un buen panorama encontrar muy pocos fanáticos, que son los que tienen alto nivel de prejuicio sutil y manifiesto: representan menos de un quince por ciento de la muestra”.

Otros datos arrojados demuestran que hay mucha gente que está en desacuerdo con que los inmigrantes bolivianos son inferiores genéticamente, pero que sí coincide con que las diferencias culturales son insalvables, lo que hace que no puedan ser exitosos en nuestra sociedad. “El tema que tenemos es que si bien hay muchos igualitarios y pocos fanáticos, también hay muchos sutiles, y se sabe que el prejuicio sutil es la antesala del manifiesto. Entonces, ante una crisis económica o un gobierno más restrictivo en políticas inmigratorias, el prejuicio sutil es el gatillo para que devenga en manifiesto y, por ende, estemos a un paso de aumentos significativos en los niveles de discriminación. Es un dato a tener en cuenta”, advierte el investigador.

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