La nueva película de Armando Bo

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Un ex salón de fiestas, ubicado en Asamblea al 1600, en el porteño barrio Parque Chacabuco, se transformó en un importante estudio de cine, donde se filmaron varias películas y siguen con rodajes y actores reconocidos. Actualmente se está filmando la película de Armando Bo, llamada por ahora Animal; se por eso que los vecinos del barrio no paran de asombrarse al ver autos caros, cuadras llenas de autos y micros con servicio de catering, cables que salen de los trailers que generan electricidad propia, y desfile de actores famosos y otros no tanto. La película se estaría estrenando en mayo del 2018 y uno de los protagonistas es Guillermo Francella, otra vez sin su frondoso bigote, y Carla Peterson, con el pelo más castaño que rubio. Podría decirse que la locación es fastuosa, con parque, palmeras, dos piletas, cancha de pádel, cancha de bowling y una sucesión interminable de barras que ofrecen un amplio catálogo de botellas. Como si el dueño de este lugar que desde hace un tiempo se alquila para filmar hubiera sido un jeque árabe. O dos. O tres. O cuatro. Una sociedad de millonarios con un propósito bien claro: que el placer no se acabe.

Al matrimonio “de clase media marplatense” que en la ficción interpretan Francella (Antonio) y Peterson (Susana) no se los ve del todo a gusto con la celebración. Están tensos. Son “muy amigos” del cirujano plástico pero queda claro que tienen otros intereses, y si fuera por ellos, más austeros, más discretos, más sobrios, evitarían los globos dorados y la torta con forma de pechos inyectados con siliconas, entre otros detalles de la ambientación.

“Corten”, pide Armando Bo, el director de la película, que va y viene con entusiasmo por el set. Los rulos, similares a los de Guga Kuerten, le rebotan en la cara. Conforme con lo que se acaba de filmar, se acerca a Francella y le acaricia la espalda.

Ahí, los 60 extras, que están vestidos de gala, aprovechan para descansar: se sientan en sillas o directamente en el suelo, fuman, conversan entre ellos, toman agua. Algunas de las mujeres se sacan los zapatos de taco alto y se masajean los pies.

En una de las habitaciones del primer piso, en la que se destaca una mesa con frutas, nueces y medialunas, Patricio Álvarez Casado, uno de los productores de la película, sigue en dos monitores la escena que se acaba de filmar. Lo acompaña su socio, el Chino Fernández, que en su momento fue una de las figuras infantiles de Jugate Conmigo y por estos días se luce detrás de cámaras.

“Y ahora… ¡todos a emborracharse!”, dice a los gritos Marcelo Subiotto, en el rol de Gabriel Hirtz, un cirujano plástico que, como parte de la inauguración de su nuevo centro de estética, ha organizado una fiesta opulenta. Como un político en pleno discurso de campaña, y acompañado por su mujer (Gloria Carrá), Subiotto les habla a los invitados al incipiente jolgorio desde lo alto de una terraza. Para darle mayor carnadura a su personaje, el actor que viene de destacarse esta temporada en Parias, en el Teatro San Martín, también sufrió una modificación capilar: su pelada ha sido cubierta por una peluca imponente, un quincho colosal que, en la frente, desemboca en un corte a dos aguas.

“Todos a sus posiciones”, ordena ahora Armando Bo, siempre amable. Con bermudas y remeras de Los tres chiflados, los técnicos acomodan luces y micrófonos. La idea es filmar la misma escena del inicio de la fiesta pero desde otro plano. Como si fuera otro de los invitados, aparece Guido Süller y se ubica cerca de la pileta. Difícil que su papel sea digno de un Oscar: no habla, a lo sumo tomará con una pajita algo de agua saborizada, de color similar al Campari.

Por la calle Asamblea pasa una ambulancia. El sonido de la sirena obliga a interrumpir la escena. “Esperemos un minuto”, sugiere Bo. De chaleco y moñito, el extra vestido de mozo que se disponía a avanzar con una bandeja de canapés se frena abruptamente. Se rompe una copa. Un asistente recoge los vidrios.

“Ahora sí, vamos de nuevo”, arenga el director. Vestidas como enfermeras, tres mujeres tocan en vivo una pegadiza melodía de swing. El grupo, formado por un contrabajo, un trombón y una guitarra, suena afianzado y obliga a mover la patita.

Se nubla. “Para no perder la continuidad”, la escena se vuelve a interrumpir. Una maquilladora aprovecha para retocarle el mentón a Guido Süller. Dos minutos después, sale el sol. “Dale, lo hacemos esta vez y terminamos”, señala Bo, optimista. Dicho y hecho.

El rodaje, que arrancó a las 8 y terminará a las 20, es intenso. Y cansador. Llega la hora del almuerzo, un bucólico entretiempo bajo los árboles del parque de la casa. Francella, Peterson, Subiotto y Carrá comparten la mesa principal. Comen carne, fideos, quinoa.

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