A 18 AÑOS DEL ASESINATO DE DARÍO SANTILLÁN Y MAXIMILIANO KOSTEKI

30 de abril, 2020

La historia de nuestra historia

La juventud transformadora. Cuando sos joven, los sueños van tan rápido y tan lejos que no hay forma de alcanzarlos. Por eso la juventud es una revolución interna y profunda.

Cuando empezó a luchar, Darío era un pibe ansioso y entusiasta. Quería cambiar el mundo YA, no mañana. Pero estaba rodeado de compañeras y compañeros con quienes iba pensando los procesos de las cosas, para ir amasando el poder popular colectivamente. Y Darío aprendía a esperar. Era una esponja de conocimiento. Por cada paso que daba, cada acierto y cada error, le surgía una pregunta… Y ahí se iba a la biblioteca popular del movimiento para buscar la respuesta en un libro.

Su indignación le hacía levantarse cada mañana para ir al barrio a construir movimiento. Desde la bloquera, la asamblea, la educación popular, el piquete y la toma de tierras, Darío convertía su enojo en acción transformadora. Cuando lo mataron, se estaba encontrando con su Darío más político. El que se detenía a pensar el cómo, el que pensaba nuevos diálogos de lucha, el que empezaba a quererse cada día un poco más… Su mano no pudo parar las balas, pero le puso freno al odio. Su mano solidaria extendida puso a salvo los sueños de colores que siguen tomando tantas y tantos jóvenes. Por Martín Azcurra. Dibujo: Pitu Saá

(A 18 años del asesinato de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki)Alguien pegó esa piña en la fatídica tarde del 26 de junio del 2002 en el Hospital Fiorito de Avellaneda. Aquel rayo de justicia salió en vivo por todos los canales y se repitió una y otra vez. El zurdazo entró y salió tan rápido de la escena que nadie pudo reconocer al autor. La gente había corrido a encender sus televisores para mirar las imágenes que se sucedían del “enfrentamiento” y vió como el comisario Fanchiotti recibía un golpe en su ojo izquierdo. Aquel golpe anónimo y suicida era otro episodio de “la violencia piquetera”. Mientras, en las pantallas, ardía un colectivo atravesado en plena avenida Irigoyen: “lo habrían quemado un grupo de encapuchados con escopetas”, decían y se tejía la trama de las muertes por enfrentamientos. Luego la sociedad entendió que aquel puñetazo era la furia contenida de quienes habían padecido la cacería humana de esa mañana.

Dentro del hospital, el jefe de la departamental, Osvaldo Vega, le ordena a Franchotti hablar con los medios: ya saben que hay dos muertos y un tendal de heridos por sus balas de plomo, algunos graves. Al salir, un tumulto de periodistas se abalanza para escuchar el parte del jefe del operativo. Seguro de si mismo, comienza a explicar “la violencia piquetera”. En su oreja derecha lleva una venda producto de la “agresión de una mujer”, una piquetera del MTL que logró golpearlo apenas se inició la balacera en la avenida Mitre y que, durante el juicio, usará como excusa para explicar el asesinato de Darío y Maxi. Rodeado de periodistas, Fanchiotti habla alto porque los gritos de “hijo de puta” y “asesino” no dejan escuchar. Está ubicado al borde de la escalinata que sirve como grada ante las cámaras. Entre el apretado cordón periodístico, un manifestante abre un hueco y trata de divisar al comisario, lo mide, entre las cámaras, los micrófonos y su baja estatura. Decide atacar por el único lugar posible. En las imágenes captadas, luego observadas cuadro por cuadro, apenas aparece el refusilo de su rostro con furia enfocada y luego el instante en el que resuelve el fugaz sopapo que impacta limpio en el ojo del uniformado para luego huir de la escena. Aquel golpe de nokeador mexicano “volado” por izquierda sobrepasa la guardia y obliga al comisario a retirarse bajando las escaleras.

Así relata aquella tarde Hugo, el autor de la piña vengadora: “Nosotros salimos por Irigoyen retrocediendo, respondiendo a la represión policial. Recibíamos tiros por todos lados que nos pegaban en la espalda, en la cabeza. Mientras, respondíamos con piedras con lo que podíamos. Con un grupo de cuatro o cinco nos quedamos en el puesto de diario que está en la vereda de la estación. Y vemos que pasa un grupo de compañeros, entre ellos Santillán, y atrás la policía. Nosotros decidimos quedarnos ahí. Y vemos cuando el hijo de puta de Acosta dispara, sentimos más estruendos. Luego una camioneta y cargan a Santillán. Nosotros no sabíamos que estaba muerto. Después de eso decidimos ir al Hospital (Fiorito). 

Cuando llegó al hospital, Alicia, que después quedó en silla de ruedas, me dice que hay como 10 muertos y muchos heridos. Algunos compañeros nuestros muy graves. Y en eso sale Franchiotti de adentro del hospital y empieza a decir a los medios de comunicación que nos enfrentamos entre piqueteros y me agarró una impotencia que no podía manejar. El hijo de puta está mintiendo, diciendo que nos habíamos matado entre nosotros. Entonces busco algo con que golpearlo, no había nada en el hospital con qué darle y no encontré nada más que mi puño y busqué el ángulo porque por adelante no podía: estaban las escaleras y no iba a llegar nunca. Entonces fui por un costado y le di las dos piñas muy rápido”. Por Federico Hauscarriaga

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