Dictadura, deseo e ideología Vuelve al teatro Piaff, porque el amor así lo quiso…

 

 La isla bonita

No es la biografía de Edith Piaf sino un retazo en la vida de un maestro que enseña a leer y escribir, y sobre todo que le es fiel a sus valores.

Como una prolongación de la selva misionera, se oyen pájaros sobre el río Paraná. El agua que desemboca en el arroyo Santa Rosa y el chiflete de los sauces transmiten calma. En el atardecer salen ranas, y la paz que no se vive en Buenos Aires, empieza a inquietar a finales de los 60s, y principios de los 70s, cuando los edictos policiales (vigentes hasta en la democracia) perseguían a los llamados “homosexuales” por el solo hecho de serlo. El 2ºG decía: “Serán detenidos los que se exhibieran en la vía pública vestidos o disfrazados con ropas del sexo contrario”. Eran muchos los disidentes en Buenos Aires que recibían palizas por los canas. Mientras que en la isla del Tigre se llenaba de locas, se ponían vestidos y alhajas de cotillón bailando y cantando entre los pájaros, enterrando los tacos en el barro. No deseaban ser trans, ni drag-queens, tampoco se dedicaban al transformismo. Pero iban a la isla para montarse. Los vestidos de hilo, con nada abajo, bueno, algunos pelos engominados, eran exorbitantes, como las polleras hechas a mano con tops de lentejuelas que brillaban en la oscuridad. Las noches de calor, el rímel que se corría, y las medias de red se rasgaban formaban parte de esas fiestas en El Tigre. Las capas y los tocados de vedette parecían de carnaval.

Usaban lo prohibido como un gesto contestatario, en un despliegue de libertad y diversión; después de vivir tanta oscuridad en el cemento gris de Buenos Aires. Los testimonios de la época hablan de intercambios sexuales por parte de algunas locas hacia los policías, incluso a veces o las más de las veces, adentro de los patrulleros, donde el cruce de homofobia y erotismo quedaba en el mismo nivel. Después de acabar, era común que los canas ahuyentaran al causante de su goce con golpes, diciéndole: No quiero volver a verte por acá.

Las fiestas del Tigre tenían la ventaja de ser seguras porque evitaban las razias que se hacían en Capital. La policía no llegaba a la isla, que estaba regida por la prefectura. Los chistes: “Ahí viene la cana” terminaron siendo un clásico y la paranoia que se había instalado, creyendo que había canas de civiles entre ellxs (ojo de loca no se equivoca) resultó cierto. No fueron pocas las locas que se vieron involucradas con policías y militares (en Tres Bocas todavía vive una pareja conformada por un artista plástico y un militar jubilado).

Marcados a fuego por la represión, cientos de locas con sus bolsos, huyendo del miedo, listas para hacer lo que no podían hacer en Capital llegaban a la isla en la lancha. Los disfraces de divas: Libertad Lamarque, Edith Piaf, Cleopatra las llevó a votar y elegir a la Reina. Y la Reina convocó a un séquito de chongos, en su mayoría proletarios de la zona, que trabajaban la madera y el podado de las matas. Los estigmas que afuera se castigaban, a puertas adentro se rompían. El esas fiestas había de todo: desde hijos de embajadores hasta lancheros, chongos, maricas, etc. produciendo el cruce de culturas y clases sociales. A la madrugada era común ver a un machote con el maquillaje sobre los tacos de su amante ocasional, bailando hasta caerse; como una broma, un juego, un sentimiento liberado. Las fiestas terminaban con las pelucas por el aire, los vestidos corridos y en cueros. Los testimonios atestiguan que a los chongos no se los veía muy incómodos.

En ese clima de resistencia y bastión, las amistades que entretejían las maricas se solidificaban frente a un enemigo en común (aunque muchas locas terminaban encamadas con el enemigo).

En una sala íntima, donde los espectadores forman parte de la obra como espectadores de un show clandestino, en una boite del Tigre, a principios de los 70s, se desarrolla la obra; con un clima intimista y de complicidad. Sin escenarios que marquen las distancias. Lo camp en todo su esplendor rebalsa de alegría, puertas adentro, cuando Nadiezka, la esposa de un siniestro policía que provoca espanto y repulsión, llega a la casa de La Paiaf (Alberto Romero, Las de Barranco y autor de la obra) para tomar clases particulares de lectura y escritura, y le pregunta por la mujer que vio entrar a la madrugada. La ambivalencia, entre la negación y el no querer saber, la conveniencia y el miedo a rebelarse, son algunas de las características de este personaje tan expresivo al que pareciera sobrarle las palabras. El autor y protagonista de Piaf habla para Soy: “Las fiestas se hacían en casas de zona norte o en la Isla del Tigre. Eran fiestas muy divertidas donde iba la comunidad gay. Sé que había un policía que llegaba en medio de esas fiestas y hacía parar las mismas para después decir que era una joda, porque era el novio de uno de ellos. Lo que me llamó la atención fue esa relación que había entre muchos gays y la policía, por eso la relación entre Juan (La Piaf) y Oscar, que son tan diferentes. Alguien que milita, que se preocupa por los pobres y el otro que le importa solo su ombligo”. Juan, por el contrario, dice: “Yo nunca podría estar con un cana. Por ahí pasa la obra”.

Oscar (Richard Manis, El faro, Salomé), lx amigx de La Piaf, sueña con hacer un número nuevo de lip sync junto a otrx amigx que no llega a los ensayos porque apareció flotando en el río. La Julián (Juan Rutkus, también hace de presentadorx en la boite, destacándose por su actuación implacable, siempre eligiendo obras de alta calidad para trabajar).

“Parece que el tiempo estaba bravo y el río le jugó una mala pasada para alguien que se metía en el río sin saber nadar”, dice Nadiezka (Adriana Enríquez, Lápices, un musical con memoria), pero Julián sabía nadar, replica La Piaf. No hay mejor ciego que el que no quiere ver. Su esposo, el policía (Juan Pablo Cicilio, El mundo que somos) controla con ojo de panóptico lo que pasa en la casa de La Piaf, a la vez que se hace tirar la goma por La Oscar. En medio de tanta tensión y temor, que se vivía afuera y ahora adentro, a los personajes no les queda otra que construir una doble vida. Oscar, la loca divertida, piensa con la cola y se deja llevar por los placeres vetustos que obtiene del policía; después se encama con un capitán de la marina, porque ambiciona salir del submundo para obtener poder, y status social. Las chispas, los roces con La Piaf crecen. Los gritos y las peleas llegan a su clímax, siempre mediando la extrema tensión que se vive, con humor camp, necesario para sobrellevar la tensión y la oscuridad que atraviesa la obra.  Salvador (Mariano Zega Lápices, un musical con memoria) que aparece desnudo en la puerta de la casa de La Piaf aparece para desencadenar otro conflicto.

Romero nos cuenta sobre la investigación que hizo para la obra: “Busque mucho por Internet y leí algunos libros. Me reuní con Jorge Luis Giacosa, que es un ex Frente de Liberación Homosexual. Se emocionó cuando la leyó, porque tiene mucho que ver con el FLH. Cuando dijeron que además de gremialistas eran gays, los dejaron afuera del correo; los apartaban. Hay datos que son históricos. Traté de escribir lo más preciso posible. Quise mostrar lo paria que era la comunidad en esa época”.

Un Winco con un disco de ABBA, la música de Piaf, la ropa psicodélica y las luces minimalistas pincelan las escenas que conforman este entramado histórico, un pedazo central de la vida de la comunidad homosexual en los tiempos de plomo, que hace de lo cotidiano un gesto político, una forma de vida, que fue perseguida por militares y policías hasta que lograron algo de liberación en esas fiestas, puertas adentro. Sin golpes bajos pero poniendo en evidencia la injusticia y el autoritarismo de la época, hacen de Piaf, porque el amor lo quiso, una obra clave para entender el cruce de dictadura y homosexualidad en los 70s. Un pedazo de historia que no podemos dejar de ver.

Durante los años 1976 y 1983 nuestro país vivió su etapa más oscura. Aunque el arte se expresó desde la vuelta a la democracia y se seguirá expresando solamente para fomentar «la memoria colectiva», poco se sabe de la relación que existió entre dictadura y homosexualidad, cómo fue vivir en esos años para aquellos hombres que valientemente se hacían cargo de quienes eran, en una sociedad que no estaba aún preparada para escuchar otras voces que pensaran y vivieran su sexualidad, corriéndose del pensamiento único imperante en esa época.

Ficha técnico artística

Autoría: Alberto Romero
Actúan: Juan Pablo Cicilio, Adriana Enriquez, Richard Manis, Alberto Romero, Juan Rutkus, Mariano Zega
Diseño de maquillaje: Jessica Garcia
Diseño de vestuario: Matias Begni, Julio César
Diseño de escenografía: Giselle Vitullo
Diseño de luces: Luis Casella Horn, Victor Gabriel Olivera
Realización de escenografia: Giselle Vitullo
Fotografía: Inés Viqueira
Diseño gráfico: Inés Viqueira
Prensa: Kasspress
Asistencia de dirección: Christian Arbe
Puesta en escena y dirección: Daniel Godoy

Piaf, porque el amor lo quiso

Dirección: Daniel Godoy

Próximamente regresa a las tablas en Tercera temporada

 

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Archivos